Los elefantes no vuelan,
excepto los que saltan por ventanas
que miran hacia tu agujero negro
aireado y rendido
al fin y al cabo gatos y hormigas
siempre merodean por el campo
donde las vacas pastan
y los caballos corren desesperados
por praderas infectadas de sopor
y frutillas alegres.
23
Jul 10
Frutillas alegres
19
Feb 10
The bitter eviction of premature seeds.
The towel more than the orange aspires to regain composure after having undergone the test of expression. But whereas the sponge is always successful, never orange, its cells have broken, torn tissues. While the crust is only weakly restored to its shape through its elasticity, it spreads liquid amber, accompanied by refreshing, sweet perfume, of course. But often there’s also the consciousness of a bitter eviction of premature seeds.
Do we have to decide between these two forms of oppression to bear evil? The sponge is full of muscle, wind, water or dirty water. This gym is disgusting. The orange has the best flavour but is too passive, and this sacrifice is fragrant. This is very good to the oppressor too.
But it’s not the orange that reminds its particular way of perfuming the air and cheer its executioner. We must focus on the colour of the glory of the liquid that results and, better than lemon juice, causes the larynx to open widely to the pronunciation of the word and fluid intake, not apprehensive to pout the mouth not to disrupt the disc.
And standing still without words to acknowledge the admiration of the envelope of the tender, delicate and pink oval ball in the thick book with very thin skin drying wet but highly pigmented, bitter flavor, is just enough for decent gross hang the light on the fruit perfectly.
But ultimately too short a study, conducted in the best possible way, we get to the seed. This grain, the shape of a small lemon, offers outdoor wood lemon color white, inside a green pea seeds or tender. It was found after the explosion of flashlight sensational flavors, colors and fruity flavors ball itself is the relative hardness and green (not entirely tasteless) of wood, branches, leaves: after all, though with little certainty about the reason for the fruit.
13
Feb 10
¿Quienes son los xamanitas?
“Se llama xamanitas tanto a los habitantes del sur de la cordillera Darwin como a aquellos que, influidos por la traducción del libro anónimo que cuenta la leyenda del niño de la canoa y el resto de las tradiciones y lengua de ese pueblo, se sumergieron en esas creencias.
Según los xamanitas originales la historia es cíclica y se puede dividir en cuatro etapas: el nacimiento, el crecimiento, la madurez y la muerte. Entre la muerte y el nacimiento hay una etapa de incertidumbre y caos que puede llevar tanto a la resurrección como al olvido. La resolución de ese periodo determinará el rumbo de las próximas cuatro etapas y está significada por la aparición del águila de fuego. Su resplendor decide por qué camino transitará la historia en el próximo ciclo de vida (esto explica también porqué se utiliza la misma palabra para definir el número cuatro, la fortuna o resplendor del águila de fuego).
Si el resplendor se decanta por el olvido, la vida en el próximo ciclo se torna muy monótona, la gente pierde el incentivo, la natalidad decrece y las personas dejan de ejercer el rol que normalmente le es atribuído en la sociedad. Para muchos este destino debe evitarse a toda costa. Además de atentar contra la capacidad reproductiva de la especie, mete en jaque el status quo. Pero aquellos para quienes la perspectiva de una resurrección de lo mismo significa tener que aceptar una vida indeseada, los ciclos del olvido son una gran oportunidad para obtener mejores cartas en la nueva redistribución de las barajas del destino. Cada fin de ciclo se consolidan dos bandos, ambos alentando y venerando el águila de fuego por motivos muy diferentes y hasta cierto punto opuestos.
Así resumía el estudio de Clerkenwell, publicado a mediados de los 30, la esencia de la creencia xamanita” explicó el Sr Bridges, y continuó “el estudio generó controversia en el ambiente académico de la época. Hubo antropólogos y filósofos que consideraron la creencia xamanita como revolucionaria ya que por primera vez una leyenda concebía en un mismo relato la idea de la continuación y el cambio, todo surgiendo de los mismos valores culturales. Sin embargo los estudiosos más escépticos y en general más conservadores ponían en cuestión la existencia de tal pueblo y creían que todo era una confabulación de Clerkenwell para justificar su conocida afinidad por los movimientos sociales de la época. Los detractores de Clerkenwell exigían la aparación del libro original o, en su defecto, el contacto directo con los xamanitas. Así comenzó una suerte de peregrinación académica hacia el sur de la cordillera de Darwin.
Profesores y a veces estudiantes empecinados en fundamentar la existencia de este pueblo partieron hacia el sur de la Patagonia en su búsqueda. Y al parecer muchos de ellos terminaron encontrándolo, o al menos eso hacía creer la variada correspondencia que los buques pesqueros traían desde tan remoto lugar. Esas cartas, enviadas a los centros académicos o a las familias de los expedicionarios, corregían o corroboraban el expuesto de Clerkenwell y a veces hasta aportaban nuevos datos sobre la vida de los xamanitas. El problema es que ninguna de las personas que partía hacia el sur de la cordillera de Darwin regresaba, ni las que originalmente fueron a la búsqueda de los xamanitas, ni aquellos que fueron a la búsqueda de quienes buscaban a los xamanitas. En algún momento el gobierno inglés pensó en organizar una misión de rescate, pero con el advenimiento de la guerra tal emprendimiento cayó de la lista de prioridades. Ya con el estallido de la contienda bélica cesaron las expediciones de búsqueda, el flujo de correspondencia de los expedicionarios y el interés en los xamanitas en general. Algunos estudiosos sin embargo continuaron la tradición de estudios xamanitas iniciada por Clerkenwell e incorporaron como objeto de sus estudios el fenómeno de los expedicionarios a quienes también llamaron xamanitas, creando de esta forma la necesidad de distinguir entre xamanitas originales y xamanitas por adopción.”
10
Feb 10
El libro heroico
Al ver el águila de fuego pensé por un segundo que seguía soñando, pero el calor de la tasa de té me devolvió a la realidad. Mientras el señor Bridges me contaba la historia que acompañaba al bibelot alado que tenía en las manos yo me preguntaba “¿Quien es este señor?” Sin duda su presencia en el banco de piedra no era coincidencia, como no lo era su apellido ni el objeto que ahora era el centro de su discurso. Osculté sus ojos para ver si había algo más allá, pero no vi nada. Decidí entonces postergar ciertas preguntas momentaneamente y ocultar mi asombro detrás de un fingido interés por la historia que me contaba.
“¿Habló usted de los xamanitas? Nunca había oído hablar de ellos. ¿Son un pueblo, una religión…?” “Son ambos” dijo serenamente el Sr. Bridges, y continuó: “Al principio fue simplemente un libro que describía las costumbres de una gente perdida en el sur de la Patagonia a través de la leyenda del niño de la canoa que, al parecer, ejemplifica las diferentes creencias de ese pueblo que hablaba el idioma xaman. El libro viajó heroicamente entre varios puertos del mundo: Ushuaia, Montevideo, Recife, Agadir, Santander, hasta finalmente recalar en Rotterdam donde por años descansó dentro de un barco abandonado -por sus dueños y por las autoridades- y que sirvió como refugio a varios asilados políticos centroamericanos. Uno de ellos, un panameño llamado Wilson Pereyra, lo descubrió y lo vendió a un anticuario holandés, Hans Hollaardt quien a su vez lo vendió a un etnólogo inglés, Quentin Clerkenwell, quien publicó un estudio hecho sobre el libro y ofreció la primera interpretación de los usos y costumbres de los xamanitas. El señor Clerkenwell alertó a los funcionarios de la British Library de la existencia del libro. Hubo un intercambio de correspondencia y unos meses más tarde un enviado de la biblioteca de apellido Collins fue a su casa para constatar o no la veracidad del libro. El señor Collins determinó que le era imposible hacer la verificación allí, y luego de firmar unos formularios oficiales, se llevó el libro consigo a Londres. Lamentablemente el libro se extravió en el tren en el que viajaba el señor Collins, quien unas semanas más tarde perdió su trabajo y terminó quitandose la vida con un veneno exótico. En todo caso es gracias al estudio hecho por Clerkenwell que conocemos hoy las creencias de los xamanitas.”
28
Jan 10
Bibelots
Al entrar a la casa del señor de la cara convexa empecé a sentirme menos mareado. Estuve por agradecerle su buena predisposición y marcharme directamente a casa, pero la vista del pasillo y el salón contiguo atrapó mi curiosidad. Las paredes estaban llenas de estantes donde reposaban infinidad de libros y objetos variados e incongruentes. El señor me indicó un sillón donde podía sentarme y me dijo “Por cierto mi nombre es Alexander Bridges” y me extendió la mano. A pesar de mi estado solté una carcajada que desconcertó a mi anfitirón. “Disculpe, es que mi nombre es Ricardo Puentes”, me expliqué. “Vaya coincidencia! Espere un momento, le traigo un té” me dijo el señor Bridges, y desapareció detrás de una puerta.
Me puse a observar los objetos que ocupaban los estantes de su infinita biblioteca. Pude ver un coliseo romano tallado en una piedra verdegris, una bailarina hindú de colores vibrantes, la fallida torre de Tatlín hecha con palillos de dientes, un dragón azul con colmillos de oro que sobrevolaba un iglú hecho en madera, una fuente a escala que reproducía las cataratas de Victoria en Zimbawe, una ballesta de cristal rojo y trescientos cuarenta y siete miniaturas de los moais de la Isla de Pascua.
El señor Bridges entró con dos tasas humeantes. “Tiene usted una increíble colección de adornos!”, exclamé. “Ah, si, nuestra colección de bibelots …” “Dijo usted biblos?”, le interrumpí. “No, bibelots“, respondió, “es así como se le llaman a esos objetos. Es una palabra de origen francés cuya etimología contiene la noción de lo pequeño y lo bello, aunque dudo que mis objetos correspondan a esas nociones. Mi profesión me llevó a recorrer el mundo. Mi esposa no podía siempre acompañarme y me pedía que le trajese algo único de cada lugar para que ella pudiese compartir conmigo un recuerdo gráfico de mi viaje.” “Debe usted tener muchas historias para contar.” “Así es, en todo caso una por cada objeto que usted ve ahí.” Dejó las tasas sobre la mesa y se dirigió hacia una parte de la biblioteca que todavía no había visto. “Aquí tengo uno que le puede interesar, es la representación xanamita del número cuatro, es decir la fortuna” dijo estirándose y tomando con las dos manos un águila de fuego.
25
Jan 10
La cara convexa
Me desperté tirado junto al banco de piedra con mi mejilla derecha hundiéndose en el césped y la humedad de la tierra subiendo por mi nariz. Adiviné que había alguien sentado en el banco al divisar unos zapatos de impecable cuero negro reluciente más alla de las hojas que cubrían mi visión. Levante mi mirada y vi a un señor calvo, de cara convexa, enfundado en un traje de tres piezas muy elegante. El señor inmediatamente me pregunto si me sentía bien. Respondí afirmativamente al tiempo que me arrodillaba y sacudía un poco mis ropas. Le pregunté si llevaba allí mucho tiempo. “Bastante” me dijo. “Cuando llegué al banco le ví tirado allí, gesticulando pequeños movimientos convulsos y me acerqué para ver si estaba bien. Al principio pensé que se trataba de un ataque de epilepsia, pero enseguida me di cuenta que simplemente estaba soñando” agregó. Le agradecí su preocupación y me puse de pie.
Se quedo un rato observandome y luego dijo: “Quizás le interesará saber que mientras soñaba mencionó el número cuatro varias veces”. “Perdón?” le pregunté sorprendido. “Eso, decía usted ‘cuatro, cuatro’ mientras dormía. El cuatro es un número muy importante”. Me hizo lugar en el banco, me senté y me quedé observando la gente que pasaba por el parque. “Los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones del año, las cuatro noble verdades budistas, los cuatro jinetes del apocalipsis, las cuatro edades prehistóricas de los aztecas … la lista sigue. Y sin embargo el cuatro es muy infravalorado. Los chinos le tienen idea al cuatro porque fonéticamente se parece a la palabra ‘muerte’.” No respondí.
Apoyé la cabeza en mis manos, ahora sí que no me sentía muy bien. “Esta usted pálido, quiere que busque asistencia?” “No, gracias, creo que iré para mi casa.” “Me parece bien, déjeme que lo acompañe un trecho.” Se lo agradecí, nos pusimos de pie. El señor de cara convexa se puso a caminar a mi lado en silencio. Al cabo de un rato tuve detenerme, la cabeza me daba un poco vueltas. “Escuche, usted no está muy bien, mi casa es justo ahi enfrente. Venga conmigo y le daré algo para que se sienta mejor.” Volví a agradecerle y acepté su propuesta. Salimos del parque, cruzamos la calle y entramos en su casa.
20
Jan 10
Aguila de fuego
La oscuridad era total, de un violeta inescrutable. Busqué la luna o algo parecido a ella, pero ni rastros de su luz ni de su presencia. Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra pude distinguir formas geométricas monumentales: pirámides, rectángulos, semiesféras y todo tipo de poliedros de proporciones mamutescas. Unos destellos irregulares que provenían del firmamento aportaban un poco más de definición a estas formas, pero no lo suficiente para que pudiese desplazarme con tranquilidad. En toda esta incertidumbre lo único claro era una fragancia bien definida, de origen vegetal y muy fresca que me inspiró confianza y me sirvió de guía.
Con mi nariz de timón me puse a deambular. Cuando la fragancia se hacía menos fresca o indefinida reorientaba mi nariz hasta volver a percibir la calidad perdida. A medida que avanzaba (hacia donde?) los destellos del firmamento se hacían menos irregulares y más fuertes, y también pude observar que dejaban estelas de matices rojizos en la atmósfera. En algún momento sentí que mis pasos me llevaban hacia una rampa y que las formas geométricas iban disminuyendo. También disminuía la intensidad de la fragancia así que decidí detenerme. Los destellos también se detuvieron. La oscuridad volvió a ser total y ya no podía ver absolutamente nada, a punto tal que hasta dudé de mi propia existencia.
Sentí un pequeño temblor bajo mis pies y justo después un relámpago voraz seguido de un estruendo punzante rajó la bóveda celestial que se cubrió de la figura de una gran águila de fuego que durante unos segundos que parecieron infinitos acaparó la vida de todo lo existente.
17
Jan 10
El agujero y la alfombra
Mi respiración comenzó a ser regular, inspiración y exhalación se sucedían con un ritmo acorde y permanente que, junto a la frescura de la piedra y el sopor de la digestión me sumergieron inmediatamente en un sueño macizo. En el sueño mi visión podía delimitar perfectamente el contorno de lo que me rodeaba, como si el banco fuera el centro universal de todos los árboles, transeúntes, chicos tirándole bolas a los perros y bancos que hacían parte de ese parque. Su superficie era una alfombra de senderos, arbustos y juegos de niños. Y de forma inquietante descubrí también que mi banco se hallaba sobre un agujero profundo y cada movimiento mio hundía un poquito más esa alfombra en el agujero.
No hacer nada no era una opción. Ciertamente no me hundiría más de lo que estaba, pero por otra parte nunca saldría de allí. Tenía que intentar saltar más alla de los límites del agujero, ponerme a salvo de una eventual caída en el vacío. El movimiento tenía que ser rápido y ligero, casi desapercibido, para evitar estar cada vez más hundido. Y así lo intenté, pero mi gesto no fue preciso y el banco se hundió un poco más en el agujero. Sin pensarlo intenté un segundo salto, pero éste me hundió aún más y con el tercer salto, obra de la desesperación, el banco comenzó una caída permanente y junto a él todo lo demás: los otros bancos, los árboles, los perros, las fuentes, los senderos y yo mismo.
Por el agujero caía de todo: roperos, lavadoras, libros, disfraces de animales, ilusiones, muestras gratis y fotos de gente vestida con elegancia. Lo extraño es que parecía no haber fondo, por lo cual más que una caída era un viaje en un tubo galáctico. Me dí cuenta que podría seguir así por todo el tiempo que quisiera. O podía intentar aferrarme a algún objeto y navegarlo hacia algo diferente. Cerca mío vi pasar a un numero cuatro, estiré los brazos, lo agarré bien fuerte y de repente me encontré impulsado hacia el medio de una avenida oscura.
12
Jan 10
El banco de piedra
Solía sentarme en ese banco por las tardes. Había intentado otros bancos aledaños, pero ese en particular me gustaba porque estaba ubicado simetricamente entre dos árboles cuyas ramas y hojas formaban justo por encima un arco con forma de boca de serpiente. En los días calurosos y húmedos las hojas de esos árboles desprendían un perfume raro y viscoso pero agradable y refrescante que me transportaban plácidamente a una especie de reino gobernado por fósiles marinos estrictos pero justos y habitado por minerales de formas amenazante pero inofensivos que, creo, eran del mismo material que el banco.
No recuerdo cuándo empecé a sentarme en ese banco pero sí que cada vez que quise sentarme en él, éste estaba vacío. No reparé de inmediato en este detalle. Para mi era normal dirigirme hacia él y no ver a nadie que lo esté ocupando, como si todas las personas conociesen mi preferencia y la respetasen o como si la relación que me unía al banco fuese algo sólido, una barrera que impedía a los demás acercarse.
La mayor parte del tiempo me ponía a leer sobre el banco, a veces sentado y otras veces acostado. Algunas veces también me llevaba un sándwich y me lo comía sentado allí, con la mirada abstraída o siguiendo la trayectoria inesperada de las hojas que caían o de alguna bolsa de plástico remontada por el viento. También recuerdo alguna vez utilizar el banco para hacer flexiones o reforzar mis tríceps. Pero nunca me había tirado allí a dormir.
Esto finalmente sucedió un día de primavera que me pasé por allí luego de almorzar con un amigo. Habíamos comido y bebido bien, y en la tenue brisa de la tarde sucumbí al deseo de recostarme sobre aquel banco de piedra. Me acomodé crucé los dedos por detrás de mi cabeza y me quedé observando distraídamente el cielo.