Al entrar a la casa del señor de la cara convexa empecé a sentirme menos mareado. Estuve por agradecerle su buena predisposición y marcharme directamente a casa, pero la vista del pasillo y el salón contiguo atrapó mi curiosidad. Las paredes estaban llenas de estantes donde reposaban infinidad de libros y objetos variados e incongruentes. El señor me indicó un sillón donde podía sentarme y me dijo “Por cierto mi nombre es Alexander Bridges” y me extendió la mano. A pesar de mi estado solté una carcajada que desconcertó a mi anfitirón. “Disculpe, es que mi nombre es Ricardo Puentes”, me expliqué. “Vaya coincidencia! Espere un momento, le traigo un té” me dijo el señor Bridges, y desapareció detrás de una puerta.
Me puse a observar los objetos que ocupaban los estantes de su infinita biblioteca. Pude ver un coliseo romano tallado en una piedra verdegris, una bailarina hindú de colores vibrantes, la fallida torre de Tatlín hecha con palillos de dientes, un dragón azul con colmillos de oro que sobrevolaba un iglú hecho en madera, una fuente a escala que reproducía las cataratas de Victoria en Zimbawe, una ballesta de cristal rojo y trescientos cuarenta y siete miniaturas de los moais de la Isla de Pascua.
El señor Bridges entró con dos tasas humeantes. “Tiene usted una increíble colección de adornos!”, exclamé. “Ah, si, nuestra colección de bibelots …” “Dijo usted biblos?”, le interrumpí. “No, bibelots“, respondió, “es así como se le llaman a esos objetos. Es una palabra de origen francés cuya etimología contiene la noción de lo pequeño y lo bello, aunque dudo que mis objetos correspondan a esas nociones. Mi profesión me llevó a recorrer el mundo. Mi esposa no podía siempre acompañarme y me pedía que le trajese algo único de cada lugar para que ella pudiese compartir conmigo un recuerdo gráfico de mi viaje.” “Debe usted tener muchas historias para contar.” “Así es, en todo caso una por cada objeto que usted ve ahí.” Dejó las tasas sobre la mesa y se dirigió hacia una parte de la biblioteca que todavía no había visto. “Aquí tengo uno que le puede interesar, es la representación xanamita del número cuatro, es decir la fortuna” dijo estirándose y tomando con las dos manos un águila de fuego.