10
Feb 10

El libro heroico

Al ver el águila de fuego pensé por un segundo que seguía soñando, pero el calor de la tasa de té me devolvió a la realidad. Mientras el señor Bridges me contaba la historia que acompañaba al bibelot alado que tenía en las manos yo me preguntaba “¿Quien es este señor?” Sin duda su presencia en el banco de piedra no era coincidencia, como no lo era su apellido ni el objeto que ahora era el centro de su discurso. Osculté sus ojos para ver si había algo más allá, pero no vi nada. Decidí entonces postergar ciertas preguntas momentaneamente y ocultar mi asombro detrás de un fingido interés por la historia que me contaba.

“¿Habló usted de los xamanitas? Nunca había oído hablar de ellos. ¿Son un pueblo, una religión…?” “Son ambos” dijo serenamente el Sr. Bridges, y continuó: “Al principio fue simplemente un libro que describía las costumbres de una gente perdida en el sur de la Patagonia a través de la leyenda del niño de la canoa que, al parecer, ejemplifica las diferentes creencias de ese pueblo que hablaba el idioma xaman. El libro viajó heroicamente entre varios puertos del mundo: Ushuaia, Montevideo, Recife, Agadir, Santander, hasta finalmente recalar en Rotterdam donde por años descansó dentro de un barco abandonado -por sus dueños y por las autoridades- y que sirvió como refugio a varios asilados políticos centroamericanos. Uno de ellos, un panameño llamado Wilson Pereyra, lo descubrió y lo vendió a un anticuario holandés, Hans Hollaardt quien a su vez lo vendió a un etnólogo inglés, Quentin Clerkenwell, quien publicó un estudio hecho sobre el libro y ofreció la primera interpretación de los usos y costumbres de los xamanitas. El señor Clerkenwell alertó a los funcionarios de la British Library de la existencia del libro. Hubo un intercambio de correspondencia y unos meses más tarde un enviado de la biblioteca de apellido Collins fue a su casa para constatar o no la veracidad del libro. El señor Collins determinó que le era imposible hacer la verificación allí, y luego de firmar unos formularios oficiales, se llevó el libro consigo a Londres. Lamentablemente el libro se extravió en el tren en el que viajaba el señor Collins, quien unas semanas más tarde perdió su trabajo y terminó quitandose la vida con un veneno exótico. En todo caso es gracias al estudio hecho por Clerkenwell que conocemos hoy las creencias de los xamanitas.”


28
Jan 10

Bibelots

Al entrar a la casa del señor de la cara convexa empecé a sentirme menos mareado. Estuve por agradecerle su buena predisposición y marcharme directamente a casa, pero la vista del pasillo y el salón contiguo atrapó mi curiosidad. Las paredes estaban llenas de estantes donde reposaban infinidad de libros y objetos variados e incongruentes. El señor me indicó un sillón donde podía sentarme y me dijo “Por cierto mi nombre es Alexander Bridges” y me extendió la mano. A pesar de mi estado solté una carcajada que desconcertó a mi anfitirón. “Disculpe, es que mi nombre es Ricardo Puentes”, me expliqué. “Vaya coincidencia! Espere un momento, le traigo un té” me dijo el señor Bridges, y desapareció detrás de una puerta.

Me puse a observar los objetos que ocupaban los estantes de su infinita biblioteca. Pude ver un coliseo romano tallado en una piedra verdegris, una bailarina hindú de colores vibrantes, la fallida torre de Tatlín hecha con palillos de dientes, un dragón azul con colmillos de oro que sobrevolaba un iglú hecho en madera, una fuente a escala que reproducía las cataratas de Victoria en Zimbawe, una ballesta de cristal rojo y trescientos cuarenta y siete miniaturas de los moais de la Isla de Pascua.

El señor Bridges entró con dos tasas humeantes. “Tiene usted una increíble colección de adornos!”, exclamé. “Ah, si, nuestra colección de bibelots …” “Dijo usted biblos?”, le interrumpí. “No, bibelots“, respondió, “es así como se le llaman a esos objetos. Es una palabra de origen francés cuya etimología contiene la noción de lo pequeño y lo bello, aunque dudo que mis objetos correspondan a esas nociones. Mi profesión me llevó a recorrer el mundo. Mi esposa no podía siempre acompañarme y me pedía que le trajese algo único de cada lugar para que ella pudiese compartir conmigo un recuerdo gráfico de mi viaje.” “Debe usted tener muchas historias para contar.” “Así es, en todo caso una por cada objeto que usted ve ahí.” Dejó las tasas sobre la mesa y se dirigió hacia una parte de la biblioteca que todavía no había visto. “Aquí tengo uno que le puede interesar, es la representación xanamita del número cuatro, es decir la fortuna” dijo estirándose y tomando con las dos manos un águila de fuego.


25
Jan 10

La cara convexa

Me desperté tirado junto al banco de piedra con mi mejilla derecha hundiéndose en el césped y la humedad de la tierra subiendo por mi nariz. Adiviné que había alguien sentado en el banco al divisar unos zapatos de impecable cuero negro reluciente  más alla de las hojas que cubrían mi visión. Levante mi mirada y vi a un señor calvo, de cara convexa, enfundado en un traje de tres piezas muy elegante. El señor inmediatamente me pregunto si me sentía bien. Respondí afirmativamente al tiempo que me arrodillaba y sacudía un poco mis ropas. Le pregunté si llevaba allí mucho tiempo. “Bastante” me dijo. “Cuando llegué al banco le ví tirado allí, gesticulando pequeños movimientos convulsos  y me acerqué para ver si estaba bien. Al principio pensé que se trataba de un ataque de epilepsia, pero enseguida me di cuenta que simplemente estaba soñando” agregó. Le agradecí su preocupación y me puse de pie.

Se quedo un rato observandome y luego dijo: “Quizás le interesará saber que mientras soñaba mencionó el número cuatro varias veces”. “Perdón?” le pregunté sorprendido. “Eso, decía usted ‘cuatro, cuatro’ mientras dormía. El cuatro es un número muy importante”. Me hizo lugar en el banco, me senté y me quedé observando la gente que pasaba por el parque. “Los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones del año, las cuatro noble verdades budistas, los cuatro jinetes del apocalipsis, las cuatro edades prehistóricas de los aztecas …  la lista sigue. Y sin embargo el cuatro es muy infravalorado. Los chinos le tienen idea al cuatro porque fonéticamente se parece a la palabra ‘muerte’.” No respondí.

Apoyé la cabeza en mis manos, ahora sí que no me sentía muy bien. “Esta usted pálido, quiere que busque asistencia?” “No, gracias, creo que iré para mi casa.” “Me parece bien, déjeme que lo acompañe un trecho.” Se lo agradecí, nos pusimos de pie. El señor de cara convexa se puso a caminar a mi lado en silencio. Al cabo de un rato tuve detenerme, la cabeza me daba un poco vueltas. “Escuche, usted no está muy bien, mi casa es justo ahi enfrente. Venga conmigo y le daré algo para que se sienta mejor.” Volví a agradecerle y acepté su propuesta.  Salimos del parque, cruzamos la calle y entramos en su casa.


20
Jan 10

Aguila de fuego

La oscuridad era total, de un violeta inescrutable. Busqué la luna o algo parecido a ella, pero ni rastros de su luz ni de su presencia. Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra pude distinguir formas geométricas monumentales: pirámides, rectángulos, semiesféras y todo tipo de poliedros de proporciones mamutescas. Unos destellos irregulares que provenían del firmamento aportaban un poco más de definición a estas formas, pero no lo suficiente para que pudiese desplazarme con tranquilidad. En toda esta incertidumbre lo único claro era una fragancia bien definida, de origen vegetal y muy fresca que me inspiró confianza y me sirvió de guía.

Con mi nariz de timón me puse a deambular. Cuando la fragancia se hacía menos fresca o indefinida reorientaba mi nariz hasta volver a percibir la calidad perdida. A medida que avanzaba (hacia donde?) los destellos del firmamento se hacían menos irregulares y más fuertes, y también pude observar que dejaban estelas de matices rojizos en la atmósfera. En algún momento sentí que mis pasos me llevaban hacia una rampa y que las formas geométricas iban disminuyendo. También disminuía la intensidad de la fragancia así que decidí detenerme. Los destellos también se detuvieron. La oscuridad volvió a ser total y ya no podía ver absolutamente nada,  a punto tal que hasta dudé de mi propia existencia.

Sentí un pequeño temblor bajo mis pies y justo después un relámpago voraz seguido de un estruendo punzante rajó la bóveda celestial que se cubrió de la figura de una gran águila de fuego que durante unos segundos que parecieron infinitos acaparó la vida de todo lo existente.


17
Jan 10

El agujero y la alfombra

Mi respiración comenzó a ser regular, inspiración y exhalación se sucedían con un ritmo acorde y permanente que, junto a la frescura de la piedra y el sopor de la digestión me sumergieron inmediatamente en un sueño macizo. En el sueño  mi visión podía delimitar perfectamente el contorno de lo que me rodeaba, como si el banco fuera el centro universal de todos los árboles, transeúntes, chicos tirándole bolas a los perros y bancos que hacían parte de ese parque. Su superficie era una alfombra de senderos, arbustos y juegos de niños. Y de forma inquietante descubrí también que mi banco se hallaba sobre un agujero profundo y cada movimiento mio hundía un poquito más esa alfombra en el agujero.

No hacer nada no era una opción. Ciertamente no me hundiría más de lo que estaba, pero por otra parte nunca saldría de allí. Tenía que intentar saltar más alla de los límites del agujero, ponerme a salvo de una eventual caída en el vacío. El movimiento tenía que ser rápido y ligero, casi desapercibido, para evitar estar cada vez más hundido. Y así lo intenté, pero mi gesto no fue preciso y el banco se hundió un poco más en el agujero. Sin pensarlo intenté un segundo salto, pero éste me hundió aún más y con el tercer salto, obra de la desesperación, el banco comenzó una caída permanente y junto a él todo lo demás: los otros bancos, los árboles, los perros, las fuentes, los senderos y yo mismo.

Por el agujero caía de todo: roperos, lavadoras, libros, disfraces de animales, ilusiones, muestras gratis y fotos de gente vestida con elegancia. Lo extraño es que parecía no haber fondo, por lo cual más que una caída era un viaje en un tubo galáctico. Me dí cuenta que podría seguir así por todo el tiempo que quisiera. O podía intentar aferrarme a algún objeto y navegarlo hacia algo diferente. Cerca mío vi pasar a un numero cuatro, estiré los brazos, lo agarré bien fuerte y de repente me encontré impulsado hacia el medio de una avenida oscura.


12
Jan 10

El banco de piedra

Solía sentarme en ese banco por las tardes. Había intentado otros bancos aledaños, pero ese en particular me gustaba porque estaba ubicado simetricamente entre dos árboles cuyas  ramas y hojas formaban justo por encima un arco con forma de boca de serpiente. En los días calurosos y húmedos las hojas de esos árboles desprendían un perfume raro y viscoso pero agradable y refrescante que me transportaban plácidamente a una especie de reino gobernado por fósiles marinos estrictos pero justos y habitado por minerales de formas amenazante pero inofensivos que, creo, eran del mismo material que el banco.

No recuerdo cuándo empecé a sentarme en ese banco pero sí que cada vez que quise sentarme en él, éste estaba vacío. No reparé de inmediato en este detalle. Para mi era normal dirigirme hacia él y no ver a nadie que lo esté ocupando, como si todas las personas conociesen mi preferencia y la respetasen o como si la relación que me unía al banco fuese algo sólido, una barrera que impedía a los demás acercarse.

La mayor parte del tiempo me ponía a leer sobre el banco, a veces sentado y otras veces acostado. Algunas veces también me llevaba un sándwich y me lo comía sentado allí, con la mirada abstraída o siguiendo la trayectoria inesperada de las hojas que caían o de alguna bolsa de plástico remontada por el viento. También recuerdo alguna vez utilizar el banco para hacer flexiones o reforzar mis tríceps. Pero nunca me había tirado allí a dormir.

Esto finalmente sucedió un día de primavera que me pasé por allí luego de almorzar con un amigo. Habíamos comido y bebido bien, y en la tenue brisa de la tarde sucumbí al deseo de recostarme sobre aquel banco de piedra. Me acomodé crucé los dedos por detrás de mi cabeza y me quedé observando distraídamente el cielo.